Son las 20:52 y llegó, llegó como solo ella suele hacerlo, como un tsunami que arrasa todo, sin medidas tintas, llegó directa. Sentí la urgencia, esa sensación que me ha perseguido todo el día y que he evadido a toda costa: me he resistido a escribir por casi 12 horas.
Resistirme a escribir no es algo que haga con frecuencia, para ser exactos, me ha pasado solo una vez en la vida. Era el 2016, llevaba dos años en México y, desde que pisé tierra azteca, la tristeza profunda me hizo dejar las letras. Llevaba dos años sin escribir absolutamente nada que no fuera académico. Solté mi diario, mis cuentos, solté mi poesía. Ese día estaba en el bosque, habíamos ido a pasar el fin de semana en una cabaña y aquel verso me perseguía. Primero lo tuve un buen rato circulando en el pecho. No sabía qué era pero ahí estaba, se manifestaba como una sensación punzante, como algo que, con el tiempo, aprendimos a ponerle nombre, era “dolor en mi corazón”. Después se me atoró en la garganta, era ese dolor peculiar que conecta las amígdalas con el llanto y entonces se formó la frase. De ahí pasó a la memoria, se me repetían los versos una y otra vez en la mente. No me dejan tranquila, por más que intentara olvidarlos, allí estaban.
Me fui a dormir pensando que el sueño espantaría la sombra, aquello jamás serían las musas, pensé. Me desperté inquieta, ahí estaba de nuevo el verso. Enojada busqué a tientas una luz, no había electricidad en la cabaña, prendí la linterna del celular. Llevaba un cuaderno en blanco, no recuerdo cuándo ni cómo lo empaqué, todavía sigo pensando que fue ese lugar donde habitaba el poema quien lo metió en la meta. Encontré un lápiz y escribí.
Muchas veces había sentido que una historia me perseguía, que un verso me pedía salir, pero nunca me había resistido. Yo me entrega a la palabra, jamás ponía resistencia y, de aquellas persecuciones fortuitas habían salido las historias de las que más me enorgullecía. Siempre tuve un cuaderno cerca y no salía de mi casa sin un lápiz, no suelo escribir con tinta, prefiero la suavidad de un buen grafito. En el 2016 me resistía a escribir como castigo, hoy lo sé. Me castigaba por haberme equivocado, me castigaba por ser mediocre, me castigaba por haber faltado a la mayor de mis promesas: nunca más volverme a sentir prisionera, nunca más ceder mi libertad.
Por dos años se me acumularon las palabras, tanto que se me atoraron dentro. No lograban salir porque estaban revueltas. Y cuando salieron no pude parar el cauce. Escribí poesía descontroladamente por un año. El primero fue el verso libre y, a partir de ahí, salió la rima. Era como si hubiera vuelto a la adolescencia cuando pasaba horas rimando versos, componiendo estrofas por el simple placer de encontrar la palabra exacta. Nunca quise ser leída, mi poesía era solo mía y así quedaría para siempre. Volver a la poesía me salvó, me regresó a mí.
Hoy regresó esa sensación, esa urgencia de decir algo, ese fuego que quema. Solo cuando llegó la noche me di cuenta que estaba aquí. Abrí mi cuaderno y escribí:
“Tengo miedo de no tener algo valioso que decir, tengo miedo de ser mala escritora. ¿Y es que acaso te puedes llamar tú escritora?”
Escribí tres páginas, solté mis miedos, esta vez la urgencia no llegaba en forma de poesía, llegaba como alegato retórico, como uno de esos ensayos donde es imposible tumbar alguna hipótesis.
Hacia el final de mi alegato surgió una oposición, la única, venía del mismo lugar, de ese nudo en la garganta que primero habitó en el pecho.
“Si no eres escritora, por qué te importa tanto. Si no tienes talento por qué estoy yo aquí”.
No fue sobre pensada aquella frase, no vino de las musas, aquella frase se formuló sola, salió de ese lugar donde habitan las cosas que auténticamente amamos.
La urgencia de escribir no tiene que ver con el anhelo de publicar, no se ancla en esperar ese momento en el que te baje la inspiración, ni siquiera se trata de que otros te lean. La urgencia de escribir es algo más profundo, es una especie de necesidad básica. Es algo que se formula en tus entrañas, que toma forma en el lenguaje y que ronda tu cabeza hasta que no te sientas a soltarla. La urgencia de escribir es eso que sentimos los que hemos entendido que nuestra manera de estar en el mundo pasa por el filtro de las letras, la palabra escrita, las historias.
Si te persigue la urgencia de escribir no lo dudes, eres escritora.
Poderoso Marty! Estoy viviendo esto que dices… una mezcla profunda y rara de sentimientos, me han hecho poner mi cuaderno en un cajón, lo veo de reojo cada mañana, pero no me animo a escribir. Me frustro porque me prometí hacerlo todo el año, me he fallado y me invade la culpa, quizá me estoy llenando de más fuerza para cuando ese impulso llegue desmedido y me haga soltar todo lo que he callado! ❤️🥹🙌 amo leerte, gracias por tanto que me enseñas.
Marty querida, gracias por compartir de forma tan hermosa lo que esos dos años significaron en tu vida. Gracias por dejar que toda la riqueza de tu mundo interior se transforme en palabras que tocan hondo porque desde lo hondo brotan. Tú sabes cuánto te quiero. Un abrazo.